lunes, 13 de septiembre de 2010

El palmo de narices


Era un palmo de narices inconforme por el hecho de que no poseía nada, ni siquiera esencia.

Renegaba día y noche por ser un ente hueco y vacío, además de solitario.

Y así, mascando su frustración, fue a dar a un lugar en donde había muchos palmos de narices.

Se puso contento por el hecho de tener compañeros, hasta que uno de ellos lo regresó a la realidad:

Los palmos de narices no tenemos nada. Somos huecos y sin esencia. Ya deberías saberlo”, le dijo.

Pero aquí, en este lugar lleno de palmos de narices, nos tenemos los unos a los otros. Por fin tenemos algo”, dijo el primer palmo de narices lleno de esperanza.

No te engañes: esto es un refugio de palmos de narices, no un grupo de compañeros o amigos. Aquí nadie tiene nada. Me permití ser tu interlocutor por un instante, nada más para ubicarte en tu realidad de palmo de narices, pero no soy ni tu amigo ni tu compañero ni nada. Sigues siendo un hueco sin esencia, y siempre lo serás, como yo y como todos los demás que aquí ves”, corrigió severamente el otro mientras se alejaba de aquella insólita e inútil conversación.

Tras de escuchar eso de aquel otro, el palmo de narices de este cuento supo por fin que los palmos de narices no son más que eso: palmos de narices.

Jamás en el resto de su vida pretendió poseer algo más allá de la soledad y de la oquedad.

Por fin nuestro palmo de narices había madurado.