viernes, 13 de marzo de 2009

Un cuento sin musa ni autor


Ésta es la historia de un cuento hermoso e ingenioso que carecía de musa y de escritor. Era una especie de huérfano literario.

Nació como todos los cuentos, siendo apenas una idea poco evolucionada. Fue entonces que decidió exponerse al mundo, para ver si alguna musa lo adoptaba para ser desarrollado.

Dio mil vueltas y visitó a cientos de musas, pero todas ellas lo ignoraron: unas porque estaban muy ocupadas; otras porque no veían potencial en una idea surgida de la nada; otras porque eran engreídas e insoportables.

Decidió probar en los círculos de escritores, por lo que, para tener éxito entre ellos, dejó de ser una idea y se convirtió en un argumento, con la idea de ser más atractivo para estos ilustres individuos.

Como todos los autores lo ignoraron, empezó a generar sus propios personajes. Ni siquiera así fue adoptado, pues los escritores eran rutinarios y orgullosos, poco creativos y muy repetitivos. Un cuento como él implicaba un autor fuera de serie, un verdadero genio de los que casi no había.

Desesperado y triste, se sentó a desahogar su frustración en la acera de una calle poco transitada. Sus sollozos llamaron la atención de un niño de la calle que por ahí rondaba.

Fue así que conoció a Javier, quien tenía el don de escribir y dibujar en las paredes cuando la policía estaba descuidada, un grafitero excepcional y nada reconocido, que pasaba la mitad de su tiempo pintando paredes y la otra mitad huyendo de las autoridades.

Ambos se contaron sus historias y se consolaron mutuamente, hasta que al niño se le ocurrió una idea: hacer un grafitti con el cuento escrito, pero llenándolo de dibujos y colores para hacerlo más llamativo.

Aquella noche ambos trabajaron hasta muy tarde.

Por la mañana, los transeúntes se encontraron con una pared hermosamente decorada con una bellísima historia escrita. En menos de dos horas la prensa estaba ahí, como sorprendida por un milagro, por la aparición mágica de una bella obra de arte inexplicable que pertenecía simultáneamente a dos mundos diferentes: a la pintura y a la escritura. Cientos de personas desfilaron para disfrutar esa maravilla aquel día.

No tardaron los periodistas en saber que aquello era la creación de un niño grafitero muy pobre, de nombre Javier, lo que hizo que el alcalde de la ciudad lo premiase con un contrato para que llenase todas las paredes ociosas con muchos dibujos multicolores y con esa bella historia que a todos encantaba.

Así, Javier vivió holgadamente el resto de su vida, haciendo lo que siempre le había gustado, y el cuento de esta historia quedó muy contento, plasmado para siempre en muchas paredes de aquella embellecida ciudad.