lunes, 2 de febrero de 2009

Historia de amor inusitada


Proveniente -sin haberlo ella deseado- de una dimensión totalmente desconocida, un día apareció en aquella ciudad una monstrua hembra horrible, corpulenta y bonachona, que decía llamarse Estelodontilana.

Era obvio que no tenía malas intenciones, pero su espantosa apariencia predisponía a cualquiera, no sólo a rechazarla, sino a lanzarle cuanta piedra u objeto lacerante estuviera al alcance de la mano.

Sin caer en literalismos, su ojo (el único que tenía) era mucho más grande que su estómago (que era externo), y eso considerando que éste en sí era enorme. Sus escamas eran afiladas, ásperas y pestilentes. Su consistencia era gelatinosa, pero presumiblemente disponía de algo así como un esqueleto. Sus pelos en lo que se suponía su cabeza (que estaba colocada en una de sus varias axilas), eran gruesos y rígidos, como espaguetis de color verde oliva.

Ella, en su ininteligible idioma, argumentaba (con toda razón) que era buena, que no era justo ser tratada de esa manera, pero su absoluta fealdad arruinaba cualquier asomo de comprensión o solidaridad por parte de los seres humanos.

Aquello parecía que iba a acabar mal para la monstruosa recién llegada, cuando por ahí pasó casualmente Pancracio, el panadero.

No era que Pancracio fuese ciego o tuviese mal gusto, sino que algún destello amoroso en el enorme ojo de Estelodontilana lo hizo prendarse de ella, y para él aquella monstruosa criatura resultó ser de una belleza inimaginable, algo irresistible.

La tomó cariñosamente de uno de sus pedúnculos y la llevó directamente a la iglesia para convertirla en su esposa. El cura ofició la boda en completa oscuridad (por razones lógicas), habiendo llenado antes del templo de un incienso muy fuerte. Después un ejército acólitos recogió las sustancias babosas que la novia dejó frente al altar.

Esa noche, después de muchos besos y arrumacos, ella quedó embarazada de lo que un día los paleontólogos denominarían un pancracioestelodontilanus lux, una criatura de verdad fea, pero con un ojo enorme que brillaba por la noche e iluminaba toda la casa, por lo que Pancracio y su esposa nunca más pagaron la cuenta de luz eléctrica al municipio, y esa inesperada economía los hizo vivir bien alumbrados y felices para siempre.