martes, 29 de junio de 2010

El duende de la pantufla


Anacleto era un duende muy pequeño que no disfrutaba de la vida en los huecos de los árboles, por la simple razón de que no comprendía a las avaras ardillas que acaparaban todas las nueces y bellotas de la región, además de que con su proliferación ocupaban cualquier espacio habitable.

Ya muy molesto por esta situación, decidió explorar una ciudad humana, para ver si ahí las cosas le resultaban más favorables.

Encontró una casa en donde vivía una familia de seres humanos muy ocupados, que solamente llegaban a dormir, así que se adueñó del guardarropa en donde había una buena cantidad de zapatos mucho más cómodos que los agujeros en los troncos de los árboles.

Probó para vivir diferentes diseños de calzado, cueros y materiales sintéticos, hormas y estilos, hasta que una tarde encontró un lugar excelente, el mejor de todo aquello que antes había conocido: era lo que los humanos llamaban una pantufla.

Inmediatamente regresó a su agujero del tronco del árbol a recoger sus pertenencias, y esa misma noche se mudó al interior de aquella apetecible zapatilla, en donde vivía muy contento.

De repente, el humano dueño de esa pantufla llegaba a casa temprano y la usaba, pero mientras esto ocurría, él aprovechaba para conocer otros rincones del guardarropa.

Fue así que se hizo amigo de una corbata y de un par de calcetines muy divertidos. Compartió experiencias existenciales con un cinturón muy simpático, y consoló a un par de zapatos pasados de moda que ya nadie quería ponerse.

Con el paso del tiempo, Anacleto se dio cuenta de que en aquel guardarropa vivían muchos objetos y seres afectivos, todos ellos dispuestos a hacer amistades y a convivir de la mejor manera posible.

Sin embargo, un mal día, la mujer de la casa decidió hacer limpieza en aquel agradable hábitat. Decenas de zapatos, cinturones, corbatas, camisas, faldas y pantalones con los que Anacleto había convivido muchos años, se fueron a la basura o con el ropavejero, y entre todo lo desechado, se fue también su agradable pantufla. Fue un día de pesadilla.

Nuestro duende no tuvo más remedio que regresar a su árbol con las odiosas ardillas.

Pero la vida da muchas sorpresas, y una de ellas fue que los peludos roedores lo habían extrañado mucho por su afecto y simpatía, y, dada la avanzada edad del duende, ellas decidieron jubilarlo asignándole un agujero privilegiado en el centro del árbol, y una abundante pensión de nueces y bellotas para que pudiese vivir el resto de su vida sin preocupaciones.

Pero lo mejor de todo fue que Vivisina, una ardilla exploradora muy curiosa, encontró su adorada pantufla en un basurero y se la llevó como regalo de sorpresa en la primera Navidad.

El anciano duende Anacleto vivió el resto de sus días contento, querido, bien alimentado, y durmiendo cómodamente dentro de aquella calentita zapatilla que tanto quiso. Después de todo, las ardillas no eran tan odiosas como él alguna vez pensó.