miércoles, 24 de febrero de 2010

Moralejología para principiantes


La moralejología es una nueva ciencia que está adquiriendo relevancia entre los escritores de cuentos, las musas y los lectores. Muchas universidades e institutos de investigación están recabando información al respecto para informar de estos importantes aprendizajes a toda la población aficionada a la literatura.

Recientes descubrimientos literato-mitológicos han puesto a descubierto que las moralejas son seres vivos que han existido desde siempre en los alrededores del Olimpo, siguiendo una serie de normas y comportamientos que les han sido asignadas por Minerva, su madre, para bien de la desconcertada humanidad que necesita faros interiores para normar su comportamiento.

Las moralejas suelen acompañar a las musas literarias cada vez que un nuevo cuento viene a la vida. Se mantienen con bajo perfil hasta que el primer lector aparece, y entonces se muestran en todo su esplendor para separar lo que debe ser de lo que no debe ser, cumpliendo así con su deber ante nosotros como ignorante sociedad.

Se sabe que las moralejas son hadas delicadas aladas (aunque las hay torpes y torpísimas), que en sus finas manos cargan un pequeño mensaje propio de cada una, entregado a ellas precisamente por la sabia Minerva, en el entendimiento que los mortales que leemos dichos cuentos debemos retener en nuestra mente las consecuencias del comportamiento –adecuado o inadecuado- de los personajes presentados en la obra literaria.

Las moralejas suelen ocultarse entre las letras, las palabras y los párrafos, para normalmente presentarse al final del cuento, aunque a veces no lo hacen, o por lo menos no queda muy claro que lo hagan. Habría que preguntarles por qué.

A continuación presentaré una serie de historias reales avaladas por instituciones científicas serias, en donde los principales personajes son las hadas moralejas, sutiles criaturas destinadas a enderezar nuestras vidas por medio del ejemplo.


LAS TRES MORALEJAS

Hubo una vez un escritor que escribió un cuento un tanto ambiguo.

Su musa estaba un poco desconcertada, porque si bien el cuento era excelente, no quedaba del todo claro el mensaje final que el escritor deseaba enviar a sus lectores.

La musa, para dejar las cosas claras, solicitó a la sabia diosa Minerva su intervención, y ésta -que tampoco tenía muy claro lo que el autor pretendía- optó por enviar a tres moralejas a proponer a la musa y al autor cuál de ellas contenía el mensaje más aleccionador para los lectores del cuento.

La primera moraleja alegaba que cuando haces el bien, todo necesariamente te sale bien.

Sonaba convincente, excepto que el autor sabía mucho de la vida, y estaba claro para él que esa moraleja no estaba para nada centrada en la realidad.

La segunda moraleja - un poco más realista que la anterior- portaba el mensaje de que aun cuando hagas el bien, siempre puede aparecer un aprovechado que arrase con tus buenas intenciones.

El escritor y la musa aprobaron esta conclusión, aunque dudaron en publicarla, pues no era necesariamente un buen ejemplo para los lectores.

La tercera moraleja resultó demasiado cruda, pero no por ello menos acertada:

Los que hacen el bien son tontos que fácilmente pierden el control de las cosas. Las personas prepotentes, frías y calculadoras casi siempre ganan en este mundo.

Mientras el autor y la musa dialogaban descuidados con las dos primeras moralejas para ver cuál de ellas era la que debía concluirse del cuento, la tercera moraleja aprovechó para redactar de manera definitiva el último párrafo de éste sin consultar a los demás.

El cuento fue un éxito total, lo que demostró que la tercera moraleja tenía toda la razón.

Los lectores recibieron de esa historia una excelente lección de literatura pragmática.



LA MORALEJA MALDITA

Era una moraleja llena de malas intenciones. Contaban sus compañeras que era amante del diablo, aunque nadie lo pudo jamás demostrar.

Tenía ya muchos años rondando escritores exitosos, aquellos que por la calidad de sus mensajes eran de toda la confianza de sus lectores, pero no había encontrado todavía una buena oportunidad para manifestar su maldad y hacer el daño que -según ella- la humanidad merecía.

Por fin, se presentó ésta oportunidad en un cuento de príncipes, princesas, caballeros y dragones.

El príncipe guapo y bueno estaba enamorado de la hermosa y virginal princesa, y su ya próximo matrimonio sería apadrinado por el Caballero de la Armadura de Plata, un galán valiente, noble e invencible, que respetaba al príncipe sobre todas las cosas.

El problema del cuento es que la zona estaba plagada de dragones perversos, y el Caballero de la Armadura Negra –pretendiente de la princesa- había pactado con ellos para que la raptasen y la llevasen al Castillo de las Tinieblas. De esta manera, la boda no se llevaría a cabo, y así él tendría oportunidad de enamorarla…o de asesinarla si se negaba a ello.

El rapto se llevó a cabo durante la noche, cuando una veintena de flamígeros dragones se presentaron en el Castillo de Caramelo y se llevaron a la dulce princesa.
Por la mañana, cuando el buen príncipe se dio cuenta de que la princesa virgen había sido raptada (o por lo menos eso pensó en su ingenuidad), llamó al Caballero de la Armadura de Plata, y ambos salieron hacia el Castillo de las Tinieblas para vengar lo sucedido y rescatar a la honorable damisela.

Fue entonces que la moraleja maldita, muriéndose de la risa, decidió acabar el cuento.

Al llegar los héroes salvadores al Castillo de las Tinieblas, se encontraron con una enorme sorpresa: la princesa estaba totalmente desnuda, disfrutando encantada de una orgía con el Caballero de la Armadura Negra y los veinte dragones, que se turnaban para estar con ella.

En el último párrafo del cuento, la princesa llamaba retrasado mental y sexualmente impotente a su príncipe pretendiente, e imbécil y entrometido al Caballero de la Armadura de Plata.

La moraleja maldita expresó entonces claramente su mensaje final:

En esta vida no se puede ser tan ingenuo.


EL ESCRITOR QUE ODIABA LAS MORALEJAS

Hubo una vez un escritor que odiaba las moralejas. Si algo lo ofendía de verdad, era que algún lector entrometido encontrase alguna de ellas en sus cuentos, pues él escribía lo que sentía sin reflexiones éticas de ningún tipo, y jamás pretendía incluir mensajes de comportamiento adecuado a sus personajes. Le parecía ridículo, inmaduro e innecesario. En ese sentido, sus personajes eran completamente amorales, lo que era el orgullo del autor.

Sin embargo, cuento tras cuento, sus lectores lo felicitaban por las “excelentes” moralejas en todas sus historias.

Tras de muchos corajes, el escritor decidió escribir un cuento al que de ninguna manera pudiese asignársele un mensaje final.

Antes de lograrlo, arrojó al cesto de papeles decenas de borradores.

Finalmente logró su cometido:

El cuento –bastante corto por cierto- se llamaba UNA HISTORIA SIN MORALEJA.

El único párrafo que lo conformaba decía:

Érase que se era un cuento sin moraleja, que por esa misma razón era el más feliz en el mundo de la literatura.

Fin


Lo anterior no obstó para que un insistente lector concluyese que:

La verdadera felicidad de los cuentos radica obviamente en no tener moraleja.

El escritor optó por suicidarse.



UNA MORALEJA EN BUSCA DE CUENTO

Era una moraleja que tenía la moral muy baja por la falta de empleo. Llevaba años buscando un cuento al cual engarzarle el mensaje que Minerva, su madre, le había adjudicado, pero no lo lograba.

A medida que los fracasos en su objetivo existencial continuaban, nuestra moraleja empezó a pensar en suicidarse.

Pero una amiga moraleja que sabía mucho de la vida, viendo que su compañera pensaba en morir, le indicó como atrapar a un cuento aunque su mensaje no fuese el apropiado.

Minerva escribía los mensajes de las moralejas sobre pergaminos de piel de ave del paraíso con una tinta que sólo ella poseía, la que extraía durante la primavera de las flores de loto de la especie lotus olympicus. Éstas solamente se daban en las laderas del Olimpo, las que eran celosamente custodiadas por los sátiros, para evitar que alguien que no fuera ella extrajese de ellas la tinta y le diese algún uso indebido.

Pero la amiga de nuestra moraleja enamoró a un sátiro querendón, y éste le permitió acceder a las flores de loto, lo que aprovechó para extraer una buena cantidad de tinta, la que regalaba a sus amigas cuando las veía en apuros.

Con esta tinta mal habida, algunas moralejas podían modificar su mensaje, con lo que su probabilidad de ser empleadas en algún cuento aumentaba enormemente.

Fue así que nuestra desesperada moraleja especuló unos meses, hasta que encontró un cuento que carecía todavía de una conclusión ética para sus lectores. Se presentó ante él, y le brindó algo muy apropiado, el mejor de los mensajes que éste pudo haber hallado:

Lo más importante en esta vida es nuestra propia supervivencia.

El cuento y la moraleja vivieron juntos y felices por el resto de su existencia.