miércoles, 11 de febrero de 2009

El peso de la luz de la luna llena


Entre los seres féericos (hadas, ogros, duendes, elfos, orcos, hobbits, etc.) que habitan los bosques mágicos de nuestro planeta, existe un grupo de algunas de sus especies que se conoce como la subraza de los feéricos sutiles.

Son criaturas normalmente tiernas y delicadas, que suelen ocultarse la mayor parte del tiempo para evitar ser atropelladas, aplastadas o maltratadas por los demás seres feéricos en sus prisas cotidianas, que lamentablemente son muchas y frecuentes.

Sus funciones son muy especializadas y están bien definidas: son tan tenues, que les fue asignada la responsabilidad de introducir cosas inmateriales al cerebro de los demás habitantes de los bosques mágicos, como por ejemplo, los sueños agradables, las buenas intenciones, el aprecio a lo que los rodea, la ternura hacia el prójimo. Estas cosas no pueden entrar por ninguno de los cinco sentidos, y por esa razón, el hada Marinela, una verdadera especialista en estas habilidades, los entrenó para hacerlo.

Pero desde el principio surgió el gran problema: los feéricos sutiles son tan delicados que jamás se arriesgan a salir de día. No es que tengan enemigos diurnos, sino que el menor impacto contra un apresurado duende o un orco que esté cazando, puede destruir su ligerísimo esqueleto, que es de frágil y fino hilo de azúcar. Y ya fracturados, la muerte de estos seres es más que inminente.

Por las noches, las probabilidades de accidentes disminuyen mucho, y es por eso que cuando se pone el sol, la noche se llena de ocupados feéricos sutiles cumpliendo con sus importantes responsablidades asignadas.

Pero hay otro factor que dificulta el trabajo de estas trascendentes criaturas de la oscuridad:

Cuando la luna está llena, el peso de su luz resulta demasiado fuerte para que las delicadas alas de estos seres transportistas de cosas buenas, puedan desplegarse.

Es por eso que en las noches de plenilunio, en el mundo de los bosques mágicos de nuestro planeta, no suelen existir sueños agradables, ni buenas intenciones, ni aprecio a lo que los rodea, ni ternura hacia el prójimo.

Es por eso que las noches de plenilunio son aprovechadas por los seres malvados para hacer de las suyas en ese misterioso mundo de los bosques mágicos.