domingo, 17 de mayo de 2009

El gato, el fantasma y los ratones de campo


Los gatos –todos lo sabemos- prefieren las croquetas de supermercado servidas en elegante plato de plástico rojo a cazar ratones, animales sucios y demasiado ágiles.

Pero el gato de esta historia, de nombre Miaomiao, no tenía amos que le compraran su vitamínico alimento en la tienda, así que no tenía más remedio que subsistir cazando a esos pequeños y desagradables roedores.

Los fantasmas –todos lo sabemos- son entes pacíficos que disfrutan de la tranquilidad y el silencio, si bien la humanidad se ha encargado de difamarlos al suponer que son seres peligrosos venidos del pavoroso Más Allá.

Pero el fantasma de esta historia, de nombre Buhbuh era, además de callado y sosegado, muy tímido. Como todos sus compañeros intangibles, cuando se sentía acosado o acorralado, soltaba un ¡¡Buh!! que de verdad a nadie asustaba.

Por eso y por otras razones, nuestro fantasma decidió abandonar la congestionada ciudad en busca de una casona campestre abandonada.

Finalmente, tras de varios años de búsqueda infructuosa, un primo suyo le recomendó una mansión solariega abandonada y en ruinas que algún ingenuo agricultor construyó un par de siglos atrás. apostando equivocadamente por aquella tierra estéril, razón por la que pronto fue abandonada.

Cuando Buhbuh encontró finalmente aquella casa en ruinas, supo que ése sería su lugar definitivo, su hogar por los tres o cuatro siguientes siglos por lo menos.

En aquella soledad, nuestro fantasma fue muy feliz durante varios años, acompañado tan sólo por varias decenas de ratones campestres que se nutrían de los insectos locales. Con el paso del tiempo, el fantasma y los ratones se encariñaron, y conformaron algo así como lo que los humanos llamamos una familia.

Todo iba bien en aquella rústica casa en ruinas, hasta que Miaomiao fue arrojado de su territorio cercano, por otro gato más joven y fuerte. Así, no le quedó más remedio que buscar un lugar apropiado en donde hubiese suficientes ratones y alguna techumbre para guarecerse de la lluvia.

Una noche fría y tormentosa, Miaomiao vio a lo lejos una casa en ruinas, y fue hacia ella, con la seguridad de que ahí encontraría solución a sus necesidades.

Después de sacudirse el agua del lomo, se echó sobre una alfombra raída y durmió un largo rato hasta el amanecer. Al despertar, ya con luz, se dio cuenta de que la alfombra no sólo estaba raída, sino también roída: ¡Ahí había ratones! ¡Había encontrado el paraíso de los gatos! Eso era una bendición para Miaomiao.

Tras de estirarse y de calentarse con los primeros rayos de sol, el gato decidió que había llegado el momento de iniciar la cacería de ratones, así que aplicó el olfato, la vista y el oído.

De pronto divisó, a la distancia de un salto felino, a un distraído ratón jugueteando con un escarabajo antes de comérselo. Miaomiao saltó sobre él, y cuando estaba a punto de prenderlo con sus garras, sonó a su lado un ¡Buh! un tanto desconcertante, lo que bastó para alertar al ratón para que huyese. El minino quedó sorprendido y frustrado: jamás había sabido que existiesen los fantasmas, y mucho menos conocía sus características.

Buhbuh sí sabía lo que era un gato, por lo que enseguida supo del riesgo que corrían sus amigos ratones en aquella casona en ruinas.

Miaomiao y Buhbuh se detuvieron entonces uno frente al otro en posición de pelea, midiendo ambos riesgos y ventajas.

Sin embargo, la única arma que poseía Buhbuh era un lamentable ¡Buh! que no asustaba a nadie, además de que el gato no entendía lo que ese extraño gemido significaba.

Las armas poderosas de Miaomiao eran sus afiladas garras, pero enseguida se dio cuenta de que no lograban prender a aquel extraño ente inmaterial.

Ambos estuvieron un largo rato buhuando y tirando zarpazos, ante la impávida mirada de decenas de pares de ojos ratoniles que, sorprendidos, observaban aquel extraño espectáculo.

La siguiente movida del inteligente Miaomiao fue ignorar al inofensivo fantasma, y dedicarse con todo a cazar ratones. Pero la contramovida de Buhbuh fue estar cerca del gato para alertar a los ratones de su presencia, con lo que la cacería resultó arruinada.

Como sea, pasaron dos largos días y noches en que el gato no cazaba nada, y en que los ratones vivían muy estresados por la presencia de Miaomiao. Buhbuh, por otra parte, sufría mucho, víctima de la intranquilidad que tanto le afectaba.

Cuando todas las partes estaban a punto de rendirse, el fantasma tuvo una gran idea.

Pidió al gato una tregua, y se reunieron en calma todos los interesados del caso.
Buhbuh hizo una propuesta al gato y a los ratones: si el gato prometía no comer ratones, éstos le proporcionarían a diario suficientes frutillos silvestres. Miaomiao se volvería vegetariano, pero a cambio podía esperar sentado su comida, y disfrutaría de la casona y de la alfombra raída. El fantasma velaría por el cumplimiento cabal de ese compromiso.

Las tres partes aceptaron el acuerdo, y se dedicaron felices a cumplirlo.

Es por eso que, en aquella alejada casa campestre en ruinas en medio de la nada, cuando ocasionalmente pasa un caminante, éste se queda sorprendido al ver que decenas de ratones llenan de moras e higos silvestres el plato de un gato comodín que parece sonreír satisfecho.

Y si algún caminante pretendiese acercarse demasiado a la casona del gato frutívoro y de los complacientes ratones de campo, un ¡Buhhhhhh! espantoso hará que salga corriendo del lugar para no regresar jamás.

¡Buhbuh por fin había aprendido a asustar!