domingo, 2 de junio de 2019

Panthera Pardus

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Cuenta una antigua leyenda del lejano siglo XXIII que la sabia Naturaleza, muy preocupada por los daños al hábitat de muchos animales, generados por el voraz ser humano en tiempos anteriores, buscó nuevas opciones para preservar a ciertas especies de la inminente extinción.

Dicen que creó genes trasmutantes, capaces de penetrar el ADN de otras especies en menor riesgo de desaparición, con el objetivo de que aquéllas sobreviviesen hasta encontrar mejores oportunidades en el planeta Tierra. Digamos que la Naturaleza utilizó cromosomas ajenos, en calidad de préstamo o de arrendamiento, mientras las cosas volvían a la normalidad ambiental, evitando así que hermosas criaturas dejasen de existir.

Esta leyenda ya tenía antecedentes: se sabe que durante los siglos IX y X de la era cristiana, muchas étnias amerindias creían en los nahuales, animales que de alguna manera se integraban al alma de los seres humanos por razones desconocidas, tal vez para protegerse de algo, tal vez para salvar a quien los albergaba de alguna maldición sólo por ellos conocida.

Así, cuentan que un hombre del lejano siglo XXIII, recibió por azar, al nacer, cromosomas de una pantera. Su extraño comportamiento, su agresividad extraordinaria y su actitud de  permanente acecho, hicieron que los científicos sospecharan de él.

Muestras de su ADN demostraron que  sus rasgos humanos eran una simple pantalla, tan sólo un disfraz, un cascarón para que la hermosa criatura negra pasara desapercibida entre nosotros y así trascendiese como especie.

Si bien los antecedentes antisociales de este ente albergador implicaban la pena de muerte, como en el caso de los antiguos nahuales, la desaparecida especie felina le salvó la vida.

Dice la leyenda que en algún tecnozoológico del mundo, avezados genetocirujanos de aquella época lograron rescatar -con tecnología apropiada- a la hermosa bestia negra de la complicada red genética de un simple e irrelevante cascarón humano.