sábado, 15 de noviembre de 2008

El prólogo con mala leche


El prestigiado autor pidió a su mejor amigo que redactara un prólogo relevante para su nuevo libro, un texto que pretendía convertirse en un clásico de la literatura contemporánea.

El amigo –un literato de excelencia probada- redactó el prólogo con todo interés y afecto, cuidando las formas, el estilo, la gramática, la ortografía y la sintaxis. Podría decirse que era toda una obra de arte digna del magnífico libro que antecedería.

Las pruebas de impresión salieron perfectas. Los revisadores hicieron su trabajo, y se autorizó la edición de las decenas de miles de ejemplares que habían solicitado las librerías, dados el prestigio y los antecedentes comerciales del autor del nuevo libro. Todo parecía ser un éxito.

Una vez impreso éste, volvieron a revisarlo varias personas desde la primera hasta la última hoja para ver si todo estaba en orden: lo estaba.

Las decenas de miles de libros impresos fueron empacadas para ser entregadas en los siguientes días a las expectantes librerías, y fue entonces que el prólogo maldito decidió hacer de las suyas: mutó para acabar con las ventas, con el autor del prólogo y con el escritor del libro.

En donde debía decir:

“Estamos hablando de un escritor excepcional, capaz de generar todo tipo de emociones en los lectores.”

decía:

“Estamos hablando de una porquería de libro y de un autor mediocre que no merece ser leído.”

En donde debía decir:

“Es un orgullo escribir el prólogo de este maravilloso libro, un verdadero clímax literario.”

decía:

“Me avergüenzo de ser cómplice de esta aberración literaria de un escritor del montón que difícilmente sabe escribir en castellano.”

Obviamente el libro fue totalmente rechazado por la comunidad de lectores.

El autor del libro asesinó al amigo que había escrito el prólogo y pasó el resto de sus días en prisión.

Los editores se suicidaron ante el fracaso económico.

Las librerías que habían vendido algunos de esos libros fueron incendiadas por los lectores que gastaron su dinero para finalmente no leer el libro.

El prólogo con mala leche, mientras tanto, se moría de la risa.