sábado, 27 de noviembre de 2010

El personaje de los sueños


Existió una vez un personaje recurrente en los sueños de un niño pequeño, que supo, gracias al hada de la fantasía onírica, que afuera del cerebro humano existía otro mundo con reglas muy diferentes, uno llamado mundo real.

Una extraña noche de luna llena, mientras el niño soñaba, el personaje de los sueños decidió escaparse por el conducto auditivo derecho, para así conocer el inimaginable mundo real.

Sus primeras impresiones fueron extraordinarias y agradables: supo qué era la atmósfera y la respiración; sintió la gravedad terrestre y lo que era el peso; disfrutó del tacto, del olfato, de los sonidos, cosas que siempre había imaginado, pero jamás vivido.

Durante un buen rato estuvo feliz de conocer tantas nuevas sensaciones en el mundo real, pero después de un tiempo se sintió atrapado por ellas, y no ocurría nada extraordinario, nada mágico.

Empezó a aburrirse, y decidió regresar al mundo de los sueños, pero el conducto auditivo que implicaba su regreso al cerebro del niño ya no estaba, porque éste había ido al colegio.

Aquel día fue eterno para el personaje de los sueños –una criatura verdaderamente sutil-, sobre todo considerando que estaba acostumbrado a tantas cosas maravillosas que no ocurrían en el mundo real.

Así, a la mitad de la desesperación y un instante antes de caer en el pánico, nuestro personaje de los sueños encontró, sobre la mesita de noche del niño, un libro de cuentos ilustrado, en cuya portada aparecía la leyenda: LA CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO.

Intuyó que esa era una excelente opción a explorar ante la gravedad de la situación, así que se internó en el libro, entre sus páginas, sus párrafos, sus palabras y sus letras. Después de eso, se presentó ante los personajes del cuento: la Caperucita Roja, el Lobo, la Abuelita y el Leñador, quienes lo recibieron encantados, porque para ellos la vida se había vuelto muy monótona, al repetir, durante cientos de años, la misma historia que todos conocemos desde niños.

Fue entonces que le pidieron al personaje de los sueños que hiciera los cambios que considerase necesarios para acabar con aquella rutina repetida miles de veces.

Esa noche, cuando el niño regresó a su cama, la madre lo acompañó –como siempre lo hacía- para adormecerlo leyéndole el cuento de La Caperucita Roja.

La primera sorpresa para la madre y el niño fue que en la portada del libro ya no aparecía la leyenda LA CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO, sino otra bastante diferente:

LA CAPERUCITA IRISADA Y SU CORCEL VOLADOR

La sorprendida madre inició la lectura, y supo que la Caperucita Roja había cambiado su caperuza roja por una de mil llamativos colores, y que ahora se llamaba Caperucita Irisada.

La historia también había cambiado, porque ya no había en ella un lobo perverso, sino un brioso y bello corcel alado, que llevaba a Caperucita Irisada por encima de las nubes hasta el palacio de la abuela, quien, por cierto, había rejuvenecido increíblemente, y era una princesa bellísima pretendida por el leñador, que ya no era leñador, sino el rey de la región, quien buscaba una mujer joven y bella para hacerla reina de su país.

Al final del cuento, la bella princesa (que alguna vez fue la abuela) se casó con el apuesto rey (que alguna vez fue el leñador), y a la boda llegó la Caperucita Irisada, montada en un precioso caballo alado (que alguna vez había sido un perverso lobo), con una canasta llena de galletas rellenas de deliciosa mermelada como regalo para los novios (que le encantaban a la abuela que ahora se convertiría en una joven reina).

La madre y el niño nunca entendieron lo que había sucedido, pero disfrutaron mucho de la nueva historia, y particularmente del magnífico final, en el que, durante el baile de la boda real, un inesperado personaje de los sueños se enamoraba perdidamente de la Caperucita Irisada y le proponía matrimonio, el que ella aceptó gustosamente, y así todos vivieron felices el resto de sus vidas.