martes, 10 de febrero de 2009

Musas inmigrantes


Provenían todas ellas del planeta Secuoro, del otro extremo de nuestra galaxia.

En ese lejano mundo, dada la suprema estirpe de sus musas, la calidad de vida de todos sus habitantes era no sólo excelente, sino exquisita. Todo aquello que se requería para que los secuoris fueran felices, estaba logrado, inventado, escrito, pintado.

Por esa razón, miles de musas quedaron sin empleo, relegadas, olvidadas.

Fue entonces cuando éstas decidieron convertirse en emigrantes, y salieron por el universo en busca de oportunidades en otros mundos.

Aprendieron a transportarse en los granos de polvo de estrella, a utilizar la gravedad de los astros y de los agujeros negros para desplazarse, y así peinaron la galaxia en busca de planetas que requiriesen de su inspiración.

Fue así como a fines del siglo XV de nuestra era, estas criaturas empezaron a llegar a la Tierra.

Las musas alienígenas se encontraron frente a frente con las anquilosadas musas nativas: no había lugar en este mundo para dos especies, así que pronto empezó lo que entre ellas se conoce como la Guerra de la Renovación, en la cual ambas partes desplegaron muchas ideas y conceptos. Lamentablemente las musas locales insistieron en lo mismo de siempre, mientras las inmigrantes traían consigo muchas cosas nuevas.

Debido a su enorme experiencia y a su portentoso acervo de innovación, en poco tiempo la balanza fue favoreciendo a las recién llegadas. Las musas terrícolas fueron desplazadas y aniquiladas una tras otra, hasta que no quedó de ellas ni siquiera el recuerdo.

Fue así como, con ese refresco de inspiración galáctica, surgió la época que hoy conocemos como el Renacimiento.

La Edad Media, con todo su oscurantismo, había llegado a su fin.

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