lunes, 3 de agosto de 2009

El duendecillo de las doce en punto


Por un imperdonable descuido de su madre, Tic Tac, el pequeño duende, nació dentro de un reloj hecho por su padre, el duende relojero más importante de su aldea.

Hay algunos antecedentes en esta historia que deben aclararse antes de seguir adelante con ella:

El primero es que los duendes que fabrican relojes los hacen tan bien que jamás requieren composturas. Es por eso que los relojes hechos por duendes jamás se abren: son totalmente herméticos y sellados. Una vez acabados, no hay forma de entrar ni de salir de ellos.

El segundo antecedente es que es una equivocación enorme el calificar de imperdonable un descuido cometido por un duende. Los duendes son seres muy comprensivos que jamás condenan y todo lo perdonan. Digamos entonces que el error de la madre de Tic Tac no fue imperdonable, y pronto quedó olvidado, pero…

El hecho es que cuando Tic Tac logró ser conciente de su existencia, vio que su universo era una caja llena de engranes y manecillas. Recorrió su limitado territorio en cuanto tuvo edad para desplazarse.

Fue así que conoció a la cuerda, al minutero, al acelerado e inagotable segundero, a la perezosa manecilla que marcaba las horas, a decenas de resortes, engranes y tornillos que fueron sus amigos desde el principio y para siempre. También estaba la señora carátula, llena de piedras preciosas colocadas de manera equidistante, que sin embargo para él no tenían el menor significado.

Un día descubrió que la carátula tenía una cubierta de un material transparente que asomaba hacia otro mundo totalmente incomprensible que algunos engranes llamaban “el exterior”. Como nunca entendió ese concepto, Tic Tac decidió ignorarlo y dedicarse de lleno a sus amigos internos.

Fue así que un día, mientras platicaba alegremente con las tres manecillas de la carátula, se dio cuenta que las tres quedaban perfectamente alineadas. Aquello para Tic Tac fue un portento, algo de verdad maravilloso, y preguntó a sus amigas a qué se debía esa extraña formación tan hermosa.

Le contestaron a coro que esa situación ocurría dos veces cada día, o sea, cada vez que la perezosa manecilla que marcaba las horas decidía apuntar exactamente hacia arriba.

Aquel espectáculo le pareció precioso a Tic Tac, así que decidió estar presente en la carátula cada vez que ocurría.

El dueño del reloj, un humano bonachón que lo adquirió en el mercado de su pueblo, jamás imaginó que Tic Tac era un ser verdadero, y pensaba que el encanto de aquel hermoso dispositivo para medir el tiempo era que un pequeño duendecillo mecánico asomaba siempre bajo el cristal al medio día y a la media noche.

Fue entonces que este hombre bautizó a Tic Tac con el nombre del Duendecillo de las Doce en Punto.

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