viernes, 19 de febrero de 2010

La esquinita


Hubo una vez en una casa, una esquinita que anhelaba ser corredor.

Ella soñaba con conocer muchas cosas de las que existían en la vida, pero como era una simple esquinita, sólo se le acercaban algunas partículas de polvo insignificantes que solían permanecer muchos días a su lado, porque pocas veces se hacía la limpieza en aquel lugar, las que le resultaban monótonas y aburridas.

A cada momento ella veía pasar, por el corredor cercano, cientos de objetos animados o inanimados que disfrutaban de su movimiento, mientras que ella estaba sola y aburrida acompañada por esas inmutables partículas de polvo que ni siquiera hablaban, y que permanecían quietas semanas o meses, hasta que de repente aparecía la aspiradora y se las llevaba.

El fastidio de la esquinita era enorme, hasta que un día apareció por ahí el hada de las esquinas, una extraña criatura que parecía un cubo incompleto, pero con alas y una enorme sonrisa contagiosa.

Ésta preguntó a nuestra esquinita si tenía algún deseo que anhelase en la vida, a lo que ansiosa le respondió que sí, que deseaba ser un corredor importante por el que pasasen muchos objetos animados e inanimados, día y noche, semana tras semana.
El hada de las esquinas respondió que ese deseo podía ser cumplido fácilmente, siempre y cuando la esquinita estuviese segura de que eso era lo que de verdad quería, a lo que ésta respondió sin ninguna duda que sí.

Entonces el hada de las esquinas sacó su varita mágica, dijo algunas palabras mágicas, y la esquinita de repente se vio convertida en corredor.

Estaba feliz viendo pasar a muchos objetos a toda velocidad, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. De pronto le dieron ganas de platicar con algunos de ellos para saber a dónde iban y con qué propósito circulaban por ese corredor. Ninguno se detenía a responderle. Todos parecían muy apresurados y ocupados. Finalmente, un objeto que no iba del todo rápido, se detuvo a contestarle:

“¡Corredor idiota! ¿Acaso no ves que tengo prisa? Los corredores son para circular, no para platicar. No me quites el tiempo, que estoy muy ocupado.”

La esquinita convertida en corredor estaba desesperada, pues nadie se detenía a su lado, y ella quería saber más de la vida: ¿quiénes eran esos objetos? ¿Hacia dónde iban? ¿Por qué tenían tanta prisa?

Después de varios días de vivir esa desagradable situación de simplemente ser utilizada como ducto hacia cualquier parte, se acordó se sus amigas, las partículas de polvo abandonadas que se acurrucaban a su lado cuando era esquina, y que permanecían mucho tiempo acompañándola. Lamentó nunca haber platicado con ellas y haberlas considerado seres aburridos. Ahora sabía que eran mejores amigas que los apresurados e indiferentes objetos que circulaban por los corredores sin detenerse a establecer relaciones de ningún tipo.

Y cuando empezó a llorar de nostalgia por sus recuerdos de cuando era esquinita, apareció de nuevo el hada de las esquinas para consolarla y regresarla -con un conjuro y un par de movimientos de la varita mágica- a su antigua situación.
Y ahí estaban todavía las adorables partículas de polvo, que se alegraron mucho de volver a verla.

A partir de aquel día, la esquinita supo que era muy importante aceptarse tal cual era ella, y así pasó muchos ratos agradables platicando de muchas cosas con las partículas de polvo que la acompañaban.

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