lunes, 26 de abril de 2010

Maia y la Primavera


Los Meses son seres vivos, más allá del prosaico uso humano del calendario para recordar compromisos, aniversarios, edades, conjunciones astrales y otras insignificancias.

Los Meses tienen su historia olímpica, su trayectoria divina, sus mensajes relevantes, sus magníficos errores, sus vergüenzas, sus odios, sus aliados, sus enemigos, sus cosas, mucho más allá del irrelevante entendimiento humano.

Maia (Mayo), en su inexplicable ingenuidad, cometió el error infantil de dejarse influenciar por Afrodita (Abril), quien en su calidad de diosa del amor y la reproducción, la indujo a dejarse embarazar por Marte (Marzo), viril dios de la guerra, enamorador de divinidades en tiempo de paz, para luego abandonarlas en la primavera, justo cuando el campo se seca y los ejércitos que él controla pueden retomar las hostilidades.

Juno (Junio), la seria y afectiva diosa olímpica del matrimonio, se sintió aludida ante el embarazo de Maia (Mayo), pero de sobra conocía a Marte (Marzo) y sus ligerezas. Él jamás asumiría un compromiso de esa naturaleza, en el que no hubiese sangre, muertes, vencedores y vencidos. Nada pudo hacer ella ante el hecho consumado.

No tardó Maia (Mayo) en reconocer su realidad: el fruto de su divino vientre no tendría un padre amoroso y presente.

Derramó unas cuantas lágrimas, pocas, porque apeló a su fortaleza de mujer abandonada, y de su divina casta nació la Primavera, el regalo más preciado que pudo haber tenido.

Entonces el campo se llenó de flores, de aromas, de ilusiones. Millones de hembras de todas las especies existentes se solidarizaron con ella, y así nacieron, junto a su hija la Primavera, millones criaturas tiernas que poblaron el mundo de cachorros, de huevecillos, de brotes, de capullos.

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