sábado, 24 de julio de 2010

El minino


Era un animalito tierno al que cualquiera habría querido acariciar. No era esquivo, y se acercaba a los transeúntes arrimándose todo lo que podía, restregando su peludo rabo en las piernas de la gente, de una manera que encantaba a todos. Se sentaba en los regazos de los humanos y ronroneaba feliz.

Por las noches era otra cosa: salía a la calle en busca de víctimas. Se ocultaba en los oscuros rincones, y saltaba de repente para clavar sus colmillos en las arterias de los incautos noctámbulos, y luego les succionaba la sangre hasta la muerte.

Todas las mañanas en aquel barrio aparecían decenas de cadáveres secos como uvas pasas, con insignificantes y casi invisibles mordidas en el cuello, muy difíciles de identificar.

El hermoso y tierno minino observaba a diario como la camioneta de la morgue recogía aquellos cadáveres secos, mientras los agentes de la policía desesperaban en busca de una explicación a esos horrendos espectáculos que se repetían cada noche.

Y un día, de repente, el gatito vampiro dejó de hacer de las suyas. Nunca nadie lo supo, pero una gatita sensual y provocativa lo enamoró, y mientras fornicaban, lo devoró hasta los huesos.

Los cadáveres secos de seres humanos pasaron a ser una leyenda urbana.

La policía, desconcertada, empezó a recibir denuncias de gente desaparecida sin dejar el menor rastro.

Alina, la sensual y provocativa gata antropófaga, se había adueñado de aquel barrio.

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