viernes, 10 de diciembre de 2010

El último dragón


Él era un excelso dragón dorado macho, una bestia superior que reunía todas las cualidades genéticas para que su estirpe trascendiera eternamente, pero algo muy poderoso pesaba sobre el futuro de su maravillosa especie, de lo cual estaba plenamente consciente.

Su problema no era la extinción desmesurada de las especies por el indigno y abominable ser humano que todo lo agotaba. Tampoco era la desaparición de su hábitat por el abuso de los recursos en el planeta Tierra, ni el cambio climático que el exceso de industrialización generaba con sus tóxicas emanaciones.

El problema era que los cuentos fantásticos de princesas secuestradas por dragones, de príncipes caballerescos que luchaban por liberarlas, de las hadas madrinas que aparecían oportunamente, de duendes mágicos y divertidos, de bellos unicornios en conflicto con los sátiros del bosque, de hombres lobo que adoraban la luna llena, de sanguinarios vampiros insaciables, ya habían aburrido a los lectores humanos.

Él -consciente de que no era más que un ser fantástico y literario de antaño- reconoció que un ente inesperado cinematográfico generaba día a día criaturas fantásticas que robaban la atención de la humanidad.

Y así él -sabio y consciente- se dio cuenta de que ningún otro autor literario habría de llamarlo para ninguna otra historia.

Apagó el fuego que emanaba sus interiores y se dejó morir lentamente. Nadie lo supo. Nadie lo extrañó.

Hollywood y sus inversiones multimillonarias jamás imaginaron la magnitud del daño causado, y aún si lo hubiesen sabido, no les habría importado.

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