martes, 28 de diciembre de 2010

La agonía de la cucaracha


No tengo pruebas de la existencia de Dios o de un Creador, más allá de conocer a las maravillosas cucarachas.


Agonizaba sobre una roca calcárea la última cucaracha en el planeta Tierra.

No moría por la tóxica atmósfera, ni por la intensidad de las radiaciones nucleares que existían en ese astro desde hacía millones de años, ni por la renacida actividad volcánica que día a día remodelaba con su hirviente lava la superficie de aquel inhóspito lugar.

Su lenta muerta tampoco respondía a que su especie hubiese sido derrotada en alguna absurda e innecesaria lucha por el hábitat, o por otra especie superior y mejor adaptada.

Simplemente moría de vieja.

Era la última cucaracha sobre ese otrora agradable planeta, y ella estaba consciente de eso…y llena de orgullo por diversas razones.

Una de ellas era la conciencia de haber sido un individuo perteneciente a la especie superior en aquel mundo que, lamentablemente, se había echado a perder por muchas razones.

Habían sobrevivido a los dinosaurios, a los homínidos, a los pterocéfalos, a los orgullosos iridiantes, a todos esos seres que a su debido tiempo se creyeron los reyes de la Creación en el planeta Tierra, como suele ocurrir con las especies inteligentes inmaduras.

También sabía que en otros mundos existían congéneres en plenitud, que en un momento dado habían compartido naves espaciales con los homínidos, y que, gracias a ellos, habían llegado a distantes mundos, como a Xtabay, Erunia o Nicuncia, en donde hoy sobrevivían graciosamente, sin mayores problemas.

En un instante de religiosidad de insecto, agradeció muchas cosas, y murió plena de orgullo.

El último vestigio de vida en aquel mundo dejo de existir.

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