martes, 16 de diciembre de 2008

El unicornio azul y el hada-duende


Pertenecían a mundos muy diferentes: él era un ser mitológico; ella era una criatura feérica.

Coincidieron en otro mundo ajeno al de ambos, porque así lo quiso el Destino, precisamente en el Reino Púrpura de la Esperanza, en donde todo es posible si se es noble de corazón.

El unicornio estaba gravemente herido. Había sido alcanzado unos días antes por una flecha envenenada lanzada por un janícora que cazaba sin consideraciones. Aquél, para huir de su cruel acosador, tuvo que cruzar apresuradamente la membrana entre los mundos, y finalmente encontró un bosque tranquilo para morir sin sentirse ya presionado. La herida en su pata sangraba y se infectaba.

El hada-duende también estaba herida, pero ella del corazón, pues una tarde descubrió que su amado elfo la engañaba con una sílfide proveniente del Reino Mitológico. No pudo soportar ese hecho, y huyó mortificada sin saber hacia dónde.

Igualmente, llegó al solitario bosque inhabitado en donde esperaba pasar el resto de su vida oculta, sin ser molestada por los recuerdos de aquella enorme y dolorosa traición.

Farina, el hada-duende, se concentró en escuchar los extraños ruidos de las aves de aquel hermoso lugar, pensando que esas dulces melodías podían ser un bálsamo para su grave lesión amorosa.

De repente, entre trinos y cantos de pájaros, escuchó un lamento profundo no muy lejos de ella. Se sorprendió y caminó hacia el arroyo cristalino de donde procedían aquellos quejidos.

Encontró al unicornio echado de costado, prácticamente muerto. Su respiración era leve y entrecortada, apenas interrumpida por los gemidos de dolor.

Ella jamás había sabido que existiesen los unicornios. Éste se veía tierno y frágil. Lo revisó con cuidado y encontró la herida ensangrentada. Olvidándose por el momento de sus problemas, hizo uso de la magia que la caracterizaba, cerrando la herida por medio de unos polvos mágicos que neutralizaban los venenos y cicatrizaban la piel.

Un par de horas después, la fiebre cedió en el cuerpo del unicornio, y su respiración volvió a la normalidad. Los gemidos desaparecieron mientras éste aún dormía.

Ella, observando el efecto positivo de su magia, recordaba con amargura la desagradable impresión de la traición del elfo. Una lágrima brotó de sus ojos y cayó sobre el muslo del unicornio. Éste, al sentirla, despertó inmediatamente.

Se sabe que los unicornios son muy sensibles al dolor ajeno, y por ello han desarrollado una habilidad muy especial: utilizan su cuerno mágico para sanar todo lo que duele. Basta con que toquen con él al ser que sufre, para que todos los dolores se mitiguen.

El unicornio, ya casi restablecido, se puso de pie y apuntó con su cuerno al pecho del hada-duende, quien en cuestión de minutos se sintió mucho mejor, sabiendo además que contaba a partir de ahora con un hermoso aliado, un amigo increíble capaz de hacerla sentirse bien.

En ese momento, ambos sellaron con caricias mutuas una amistad eterna, mientras el Destino, oculto tras la frondosidad del bosque, disfrutaba de su hazaña.

Las coloridas aves de aquel lugar cantan hoy más alegres, pues disfrutan mucho al ver un hada-duende galopando sobre el lomo de un hermoso unicornio de color azul celeste, entre los frondosos árboles del tranquilo bosque, en aquel siempre apacible Reino Púrpura de la Esperanza.

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