domingo, 3 de febrero de 2019

De dioses imperfectos y mortales perversos


Afrodita estaba casada con Dionisio. Se dice que durante la expedición de éste a la India, ella le fue infiel y tuvo sexo con el bello Adonis. A la vuelta de Dionisio, Afrodita volvió a su lado, pero pronto lo abandonó de nuevo y marchó a Lámpsaco para dar a luz al hijo de Adonis. Hera , decepcionada por la conducta promiscua de Afrodita, le tocó el vientre, y su poder mágico hizo que alumbrase un hijo extremadamente feo y con un pene inusualmente grande y permanentemente erecto. Se llamaba Príapo.

Príapo se despertó más excitado que de costumbre: una vez más había soñado con Lotis.


Era una historia vieja, ahora amplificada en sus sueños. Él ya estaba harto de desgastar su esperma y energía en un árbol de supuesto origen nínfico: después de todo, los seres mitológicos como él eran tan vulnerables a las historias mitológicas como los crédulos mortales.

“¡Bah!”, -meditó- “Lotis no eran tan atractiva como ninfa, ni hoy –como árbol- es lo suficientemente erótica como para que yo pierda un pedazo de mi eternidad pensando en ella”.

Así, Príapo procedió a masturbarse como todos los días. Obviamente su musa sexual seguía siendo Lotis, quien había preferido convertirse en árbol a enfrentar el extraordinario tamaño de aquel eternamente erecto pene que antaño la acosaba.

“Ella se lo pierde”, pensó Príapo, justo antes de que su divino y sexualmente distorsionado cerebro concluyese lo siguiente:

“¿Por qué no –de una vez por todas- cambio de objetivo sexual?” Después de todo, la sensible piel de su pene estaba ya irritada de sobarse día y noche contra la corteza de un insensible árbol de loto.

De ahí surgió la gran idea…

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Príapo, a pesar de su pésimo historial -pero gracias a sus obsesiones y depravaciones sexuales-, gozaba de mucho prestigio entre el “lumpen” del Olimpo (las clases sociales no dependen del status de mortalidad o inmortalidad). El convocar a Pan, a Dionisio y a Sileno a una reunión en el tupido bosque de Laón, no fue para nada un problema: todos llegaron puntualmente, pensando en disfrutar de la siguiente propuesta de perversión del sexualmente ingenioso dios del pene eternamente erecto.

La idea de Príapo –único punto de la especial minuta de la insólita reunión- era convocar a hembras mortales sexualmente perversas a una orgía de época: se acercaba el mes de  Marzo, el mes de la Bacanales, cuando las  lujuriosas mujeres denominadas bacantes (ménades), se lanzaban en el campo a un alocado tíaso*, a dejarse seducir entre ellas, por animales, por lo que fuese…desplegando así todas sus perversidades y fantasías.

Se dio la unanimidad entre los dioses más depravados.



* tíaso: reunión de fanáticos de una religión


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Para la orgía, Dioniso ofreció llenar el bosque de vino. Pan se encargaría de que sus sátiros fuesen los camareros -excelente servicio para una gran ocasión-, y él personalmente tocaría su famosa flauta Siringa, con música erótica de primer nivel. Príapo llevaría ensaladas afrodisíacas, mientras que Sileno sería el coordinador general del evento, encargándose, entre otras cosas, de las invitaciones (grabadas en piel de pene de carnero).


En la lista de invitados VIP figuraban -además de la mortales perversas denominadas bacanales- la diosa Afrodita –encargada de la animación sexual del evento-; Leda (aburrida de tener sexo con aves); algunas ninfas destrampadas (progres, diríamos hoy);  y dos o tres deidades más, todas ellas sexualmente frustradas y probablemente dispuestas a todo en esa particular ocasión.

Para que el evento fuese  recordado eternamente, varios pintores medievales -aún no nacidos en aquella época- fueron convocados a modo de retratistas:  Botticelli,  Rubens y Tiziano.

Todo prometía que esta sería la orgía más importante de la eternidad, hasta que….



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Los invitados empezaron a llegar, nerviosos y excitados. Como todos nosotros cuando llegamos a una fiesta, ellos esperaban a que otros tomasen la iniciativa. Esta fiesta no era, en ese sentido, diferente a las nuestras, a pesar del erótico aroma presente, de las bacantes provocadoras, y del impresionantemente visible pene erecto de Príapo.

Pero a medida que los licores de Dionisio hacían mella en los cerebros de los asistentes, aquello parecía calentarse. Los primeros escarceos sexuales aparecieron, y cuando todos los asistentes empezaban a liberarse….



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Eolo –dios del viento- disfrutaba mucho el mes de marzo. Su principal diversión en esa temporada era levantar las túnicas de las alocadas bacanales que corrían por las laderas de los montes cercanos a Atenas, descubriéndoles sus muslos, y viendo cómo esto resultaba excitante para todas ellas.

Eolo se enteró de la orgía que Príapo organizaba, debido a que una de sus Brisas recogió una invitación extraviada por algún invitado. Eolo la leyó, y -muerto de la envidia por no haber sido ser convocado a ella-, decidió arruinar de alguna manera la fiesta.


Así, llevada por un Viento, esta invitación  llegó a la lejana tierra del Canaán. De manera no tan inexplicable, cayó en manos de un judío esenio, y éste -horrorizado por la propuesta- se la entregó en mano al Maestro de Justicia, máxima autoridad de la cofradía. Éste inmediatamente convocó a su comunidad, y se celebró un ritual de análisis del pecado ahí contenido. Cuando los esenios rezaron a Jehová rasgándose las vestiduras por el horrendo y depravado contenido de la invitación, éste tomó cartas en el asunto, y se presentó muy molesto en el bosque de Laón. ¡Aquello no podía ser!


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Jehová era todo un experto en reprimir sociedades pecadoras. En su currículo estaban las siete plagas de Egipto, el Diluvio Universal y la destrucción fulminante de Sodoma y Gomorra.

Aquí se presentaba –lamentablemente- para él un problema de soberanía: había firmado miles de años antes un convenio con Zeus de territorialidad, que le impedía intervenir en los pecados cometidos en la Hélade.

Mientras Jehová analizaba qué hacer, sin cometer infracciones divinas,  para evitar la orgía que ya iniciaba, apareció Eolo con una propuesta:

“Lanza tú nada más una pequeña chispa sobre la hierba seca. Yo me encargaré del resto.”

 Así, Jehová dejo caer discretamente una chispa del tamaño de un grano de arena, regresando inmediatamente al Cielo a observar los eventos desde su privilegiado panorama, y Eolo sopló con fuerza en dirección a la fiesta en el bosque del Laón.

Las llamas crecieron rápidamente, y las Brisas y los Vientos se encargaron de hacerlas llegar al prado en donde los primeros asistentes empezaban a deshacerse de su ropa en frenéticas y alcoholizadas danzas eróticas.

Una vez que todos estaban ebrios y desnudos, aparecieron enormes llamaradas en plena celebración orgiástica. Toda la ropa de los invitados fue devorada por el fuego en cuestión de segundos.


El pánico cundió, pero Eolo se había encargado de que existiese una pequeña salida de escape al círculo de fuego, por donde los depravados sexuales –mortales y divinos-  lograron huir, aunque todos ellos completamente desnudos.

Desde distintos escenarios, Eolo y Jehová disfrutaron cada detalle de la frustración de los perversos dioses y mortales.

Para los dioses y las diosas, el estar en público sin ropa no era tan grave, pues solían celebrar orgías con cierta frecuencia. Casi todos salieron bien librados del escollo.

Pero para las bacanales -muchas de ellas damas de alcurnia en la sociedad griega- el atravesar aldeas desnudas era bochornoso: los pueblerinos se reían y disfrutaban burlándose de la vista de sus nalgas y tetas, mientras ellas preguntaban desesperadamente a los niños qué camino tomar para llegar a Atenas - su ciudad- sin ser demasiado vistas.

Pan –en el incendio- perdió su flauta Siringa. Inti –dios del sol de la lejana cultura quechua- morbosamente pendiente del evento, decidió recogerla y regalarla a su pueblo.

Leda –tras la mala experiencia de esa tarde- regresó para siempre con su erótico cisne al río Eurotas. Jamás se le volvió a ver en orgías.

Dionisio decidió serle eternamente fiel a su esposa Ariadna, quien le puso como condición ingresar a Alcohólicos Anónimos.

Sileno, al intentar huir del fuego, metió una de sus pezuñas en un agujero, quedando atorado. Ninguno de sus sátiros se preocupó por rescatarlo, así que resultó con serias quemaduras en el rabo. Nunca más asistió a una orgía. Nunca logró quitarse de su cuerpo el olor a carne asada.

Afrodita no quiso arruinar su prestigio divino por un bochornoso asunto mundano. Le habló al oído a Sandro Botticelli, se lo llevó a la playa y le pidió –a modo de coartada- que la pintase emergiendo del mar dentro de una concha, bajo el alias de Venus. Nadie –excepto Botticelli- tiene evidencia objetiva de que Afrodita hubiese estado en el bosque de Laón aquella lamentable tarde de Marzo.

Rubens resultó tan traumado por el incendio, que se dedicó toda su vida a pintar bacantes obesas, para así desanimar a los pecadores potenciales, previniéndolos así de ser sorprendidos por incendios de índole teogénica.

Tiziano fue el más objetivo de los tres pintores presentes.  Sus percepciones de la realidad fueron las menos distorsionadas, pero hay quien cree que en cierto momento se despojó de su ropa y tuvo sexo con Leda. Hay crónicas que cuentan haberlo visto corriendo desnudo ladera abajo graznando como cisne.

Los sátiros  no cobraron por sus servicios como camareros, pues todos los invitados se marcharon sin dejar propina.

A quien peor le fue esa nefasta tarde de primavera –sin deberla ni temerla- fue a Lotis, la ninfa convertida en árbol. El resentido Príapo había organizado la orgía precisamente a su sombra, para que ella sufriese viendo de lo que sexualmente se perdía. Las llamas se le acercaron demasiado: su corteza quedó bastante carbonizada, y muchas de sus hojas se quemaron sin que ella pudiese evitarlo.


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A la mañana siguiente de la frustrada orgía, Príapo se despertó -excitado como siempre- con su pene completamente erecto. El campo estaba desolado y lleno de cenizas. Su único consuelo era que Lotis seguía ahí, con su tronco quemado y muy pocas hojas, pero erótica como siempre. Así fue como se  dio cuenta de que lo suyo era una condena divina: había sido concebido para desgastar su esperma, su energía sexual y la piel de su pene  con un insensible árbol de loto.


Este árbol todavía existe. Los jóvenes de esa región de la Grecia contemporánea acostumbran visitarlo para masturbarse con él, pues algo tiene de erótico, además de emanar un aroma afrodisíaco. Lotis cierra sus ojos con lágrimas de coraje, y se resigna a la suerte de haber sido elegida como musa sexual del dios más degenerado del Olimpo.

Una leyenda contemporánea cuenta que todas las mañanas aparece en esa ladera del bosque de Laón, un hombre muy feo, con un enorme pene erecto que restriega hasta el orgasmo en la corteza de un viejo árbol de loto.






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